viernes, 24 de junio de 2011

Un cuento narrado en primera persona con un espacio bien definido.

¡AQUÍ ESTOY! (3)
                                                                               Autora: Erika Badani M.

¡No  puede ser, no puede ser!  Sentí la angustia burbujeando dentro de mí. 
¿Pero qué hice? Dios Mío, Dios mío,  por favor, ¡Ayúdame!
Con mi cuerpo elevado y golpeado contra la inmensa oscuridad, siento que no tengo vuelta. Quiero mantenerme serena, ¡Cálmate Martina, cálmate, me digo a cada rato! Pero me duele tanto el cuerpo, me siento  sola y pequeña, casi no puedo reaccionar. Todo sucedió en un segundo, quise ver con más claridad ¡Me equivoqué! También pienso  en mis amigas Carla y Rosario y cuando, entre uno y otro pucho, planeábamos nuestras vacaciones. Queríamos algo diferente y no convencional. Nos embarcamos con rumbo a paisajes café anaranjados, en donde la quietud es eterna y la vista redondea curvas que penetran la montaña.
¡Cómo reíamos al mirarnos en trajes inmensos, botas gruesas y esos pocos femeninos cascos iluminados! Rocío y Carla se pusieron serias apenas Don Miguel, nuestro guía profesional, comenzó a darnos las instrucciones de seguridad.
Entramos al lugar los cuatro, sin separarnos demasiado, teníamos que ser prudentes al caminar y tratar con mucho respeto a la “querida”, como nos dijo Don Miguel. A medida que nos internábamos en las entrañas vivas, oscuras y sagradas de aquellos túneles, iluminábamos restos de picotas, carretillas y algún morral olvidado. Nuestro guía, aprovechaba de contarnos historias de tiempos mejores.  Y así seguíamos ingresando por túneles angostos llenos de relatos y fantasmas pirquineros.
Un fuerte dolor en el pie me obligó a agacharme y caí bruscamente, por suerte el casco me protegió. Fue ahí que divisé algo diferente incrustado en la roca, creo que brillaba, no veía bien, pero me sentía intrigada. ¿Qué será? Puchas, ¿Qué hago? Busqué en mis bolsillos y…
Y estoy aquí,  en este socavón con tanto tiempo  para morir y sólo un segundo para vivir. ¿Si hubiera sido más consciente, más juiciosa?  La angustia es la más grande compañía que tengo ahora, sumida en el aire que me falta y la oscuridad que me sobra.
Me decido a hurguetear tentando con mis manos el rocoso, frío y lúgubre suelo. Me es imposible reconocer si voy o vengo. En esta nube negra, no veo nada, no puedo pararme, el techo es bajo y sólo me queda arrastrarme como si pidiera perdón por no haber hecho caso.
Mi brazo siente un vacío hacia el lado derecho, la pared tiene un orificio. Menos mal. ¡Por favor, Dios mío, sálvame de esto! En realidad no sé si quiero salvarme, ya siento la culpa que me arrastra, como lo hacen estas piedras que ruedan de un lado a otro y que por afiladas me rasgan la piel como sentenciándome por adelantado. Si pudiera respirar. Este aire espeso, terroso y húmedo me ahoga y reprime mi andar. Estoy bajando por este nuevo túnel, me arrastro apenas, aunque me siento liviana y escucho la huida chillona de ratas, me dijeron que ellas tienen buen olfato… me lo dijeron, me lo dijeron.
¿Avanzo, me siento, me paro? Todo me parece igual, de todas maneras, los pies no caminan, mis brazos no tienen fuerza y el camino es el mismo. Una y otra vez lo intento, pero todo se repite, todo está oscuro. Estoy condenada, ya no me muevo, estoy aquí, entre la humedad y ese olor que me transporta y reactiva mis pensamientos que es lo único que no agoniza.  Escucho ruidos, golpes metálicos, dientes afilados rompiendo la  roca. Sí, sí, vienen por mí, ahí veo a un hombre agachado recogiendo algo y moviendo su cabeza. ¡Ya viene por mí!, Eh, eh, estoy aquí, en este pasillo húmedo, ¿Pero qué pasa? ¿Por qué recogen a mis amigas y a mí no me ven?

4 comentarios: