miércoles, 10 de agosto de 2011

En mi Taller de Cuentos breves, he aprendido a contar historias en pocas palabras...

Técnica: PIE FORZADO
Actividad: Continuar escribiendo la historia a partir de un inicio ya dado.
Inicio: La casa de los muertos, Fedor Dostoiewski. Capítulo 1

Prisión y libertad
                                                                                                                                                                                                                                                                   Erika Badani M.
“Nuestro presidio está situado en el extremo de la ciudadela, dentro de las murallas. Si se mira por las rendijas de la empalizada con la esperanza de ver algo, sólo se divisa un jirón de cielo y una elevada muralla de tierra cubierta por las altas hierbas de la estepa. Noche y día, constantemente, pasean por ella los centinelas, y el que mira se dice a sí mismo que transcurrirán así años, mirando siempre por la misma rendija y viendo siempre la misma muralla, los mismos centinelas y el mismo jirón de cielo; no el que está sobre el presidio, sino otro lejano y libre…”
Así recuerda Francisco Miranda las letras de la primera y única carta que le escribió a Jaime, de eso ya hacía casi trece años, marcados sobre la mesa de su celda. Cometió un delito, sí,  lo aceptaba, pero fue hace tanto tiempo, que ya ni le importaba. Él estaba acostumbrado a esta vida, con horas más lentas, pasos más sonoros y los vigilantes, los mismos de siempre. A ellos los conoce por sus pasos, sabe que el cabo Pérez silba cuando está aburrido, el Galdámez menea las llaves y el Asenjo, si está de mala, pega con su luma a cuanto mueble  tenga cerca. Sabe que vivirá por mucho tiempo allí, así que decidió buscar su libertad dentro de esa prisión.

Hoy Miranda se destina a recordar… - “La vaca no puede olvidar que fue ternero”,- se dice a sí mismo; y al menos dos veces al año hace ese ejercicio mental. Nuevamente visualiza que después de un largo viaje  llegó  en un camión cerrado, no conoció nada del  lugar, lo bajaron entre dos, caminó un tanto en andas y otro tanto arrastrando la cadena de sus pies. Pasó por un pasillo largo, semialumbrado y con olor húmedo. Allí lo tiraron y despojaron de sus ataduras. Inmediatamente, se tiró sobre el catre y observo con ojos muy abiertos lo que estaba ahí, total, esa sería su realidad por largo. Esa noche no se permitió dormir, sólo deseaba conocer cada centímetro de su celda y así lo alcanzó la mañana, con ojos enrojecidos y el registro visual  y sonoro totalmente terminado. De una pequeña rendija en la pared hizo su ventana. Suficiente, - se dijo-.
Con el pasar del tiempo se dio cuenta que estaba lejos del mar, aceptaba el largo y frío invierno con la misma actitud que soportaba la sequedad del verano. Conoció muchos parajes en su ruta libre y ahora  de tanto en tanto veía que esa lonja de suelo rojizo, casi sin vegetación, que parecía que nada ofrecía, recibía visitas desde tierra y aire; así que no se inmutó cuando sintió el  agudo trompetazo de una grulla damisela, ni el luminoso plumaje de unas cuantas avutardas que se cortejaban. “Si ellas vienen y van sin perder su vida, lo mismo puedo hacer yo” se decía en voz alta y firme, como era su costumbre.
Para los celadores, no había actitudes extrañas, sabían que un presidiario, buscaba un escape a como diera lugar y mientras no fuera agresivo, que Miranda, el de la 5, hablara y contara lo que pensaba, veía o creía ver, a buen volumen, no era tan malo. Total, los compañeros de pena, lo habían bautizado como FM Radio Miranda.
Era inevitable, cuando pensaba en Jaime su voz se callaba, y sentía con más fuerza la canción de la prisión en que estaba; él había sido lo único lindo que conoció, creyó ser correspondido, puso lo mejor de sí para emprender esa nueva ruta, lo intentó muchas veces, pero las reglas sociales fueron más fuertes y un desgraciado día el joven decidió irse y lo dejó sólo, sin el dinero ahorrado ni el automóvil recién adquirido. Ni una carta, ni una llamada, ni un mensaje, nada, nada, nada…  ¿Cuánto tiempo bebió y se drogó para olvidar o para darse valor? No lo sabe ni le interesa saber, sólo recuerda vagamente haber tenido una dirección, entrar por una ventana, esperar, esperar y saltar sobre esa figura que le pareció conocida. Pero se equivocó…
Y allí estaba, semi recostado en su cama, con una pierna recogida, un brazo en la nuca,  mirando lo que nadie más ve, evocando la figura de aquella, su primera cárcel; la del amor lejano, ausente, pero vivo en cada latido…sólo eso le provoca escaparse e irse a lugares maravillosos, llenos de vegetación, cálidas playas, y paseos de largas huellas, en donde revive su amor enclaustrado.  
Cuando se levanta, va hacia su ventana. Es libre de nuevo. Su corazón, no tiene barrotes.

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